Sentimos que nuestros familiares no nos ven lo suficiente, que en la escuela no dejamos de ser uno entre cientos o miles, que en el templo pasamos tan desapercibidos, que para los partidos sólo somos un voto más, en fin, vamos perdiendo la capacidad de mirarnos como personas y por eso salimos a la calle, para sentirnos parte de algo mayor. Y es una actitud muy válida, de alguna manera necesitamos satisfacer ese deseo básico y fundamental de ser vistos, ya que no lo logramos en nuestros espacios tradicionales, salimos a lo que nos queda, la calle.
La calle tiene su magia. No tiene reglas tan estrictas como otros espacios. Puedo escoger entre disfrutarla de día o de noche; en el día aprovecho cualquier momento que me lo permite el trabajo para salir a comprar lo que sea, el chiste es salir un rato, o salir en la noche, cuando duermen los vigilantes de las "buenas costumbres" y me siento con mayor libertad. La calle me acerca a las plazas, los jardines o los centros comerciales, ahí donde la gente despierta. En la calle puedo expresarme tal cual soy, puedo disfrazarme de lo que siempre quise ser o simplemente descansar un rato de las máscaras que uso para sobrevivir. En la calle siempre encontraré alguien que me mire y muy posiblemente alguien que me entienda.
La religiosidad popular puede contarnos la magia que ha encontrado en la calle, todas sus expresiones son callejeras. Las peregrinaciones han perdurado por siglos en la historia de la humanidad y parece que son los únicos espacios que van en aumento dentro de nuestra iglesia. Los danzantes no entenderían su danza sin salir a la calle, la mirada de los otros provoca fuerza, orgullo, dignidad, etc. Es distinta la experiencia cuando danzas por las calles vacías que por las calles llenas. Un recuerdo que puede ayudarnos a entender todo esto es cuando de niños salíamos a las calles a desfilar por las avenidas principales de nuestra ciudad, era una experiencia que producía en nosotros muchas emociones.
Los jóvenes sub-urbanos también podrían contarnos la magia que han encontrado en la calle. Los pandilleros nos podrían compartir por qué disfrutan reunirse en las esquinas; los graffiteros el por qué pintan en la calle y no en las paredes internas de su casa; los darketos el por qué se reúnen en las plazas y no en sus vecindades; los patinetos el por qué gustan de practicar en los parques y no en sus patios; los afros el por qué practican su tambores en los jardines públicos y no en sus escuelas, etc.
Los jóvenes que salen a las calles para expresar su repudio contra las políticas neoliberales, aquellos que gritan contra Bush o Calderón, también podrían platicarnos su experiencia al salir a la calle a expresar sus ideas, para darnos cuenta que no sólo es un desahogo, sino vivir otro tipo de encuentro que no acabamos de entender, pero que seguramente les deja mucha deja esperanza en el corazón para seguir sorteando las dificultades de la vida cotidiana.
La calle está siendo un reducto de libertad y diversidad ante la invasión de la propiedad privada y la imposición de un único modelo de vida que no nos acomoda. La calle es un lugar de construcción de identidad, ahí tengo la oportunidad de encontrarme con quienes me identifico y construir mi visión del mundo.
Al ser la calle un lugar de búsqueda, se convierte en el lugar idóneo para convencer, por eso cada vez más bancos sacan a la calle a sus promotores y las empresas se disputan los espacios de las principales avenidas para sus propagandas, pretendiendo distraer a los jóvenes de sus búsquedas más genuinas para ser convencidos por superficialidades.
Tantos jóvenes que salen a la calle para encontrarse es una Buena Noticia para quienes sentimos que no hemos encontrado a Dios o para quienes deseamos encontrarnos con Él. Al ser la calle la nueva morada de los jóvenes, se convierte en la nueva morada de Dios. Por tanto, necesitamos aprender a distinguir las búsquedas genuinas que nos han hecho salir al encuentro con el otro de las búsquedas superficiales que nos hacen salir para la compra de nuevos productos.
Jesús, guía del caminante
Hay una buena noticia para los que caminan buscando rumbo en la vida. Tenemos a alguien que nos acompaña para indicarnos el rumbo hacia la vida plena, es Jesús de Nazaret, con quien Dios Padre quiso mostrarnos su manera de proceder en la historia de la humanidad, y aunque Jesús vivió hace más de 2000 años, el proceder de Dios mostrado en su persona sigue siendo tan actualizado como cualquier versión nueva de Windows.
Jesús es nuestro principal referente como cristianos, nosotros reconocemos que por ser un signo de esperanza para los pobres, enfermos y pecadores, por sanar e incluir a los despreciados de su tiempo, por su claridad para desenmascarar el mal, por la fuerza con que defendía la dignidad del ser humano, por ir a la raíz de los problemas de exclusión y tomar el Templo, que era la "casa de Dios", imagínense el escándalo para su época, por eso seguimos convencidos que sólo el Hijo de Dios podía hacer tales cosas, alguien tan humano y tan divino, solo tú Jesús.
Jesús fue un caminante, iba de pueblo en pueblo predicando una Buena Noticia a los pobres, enfermos y pecadores. La mayor parte de sus actividades fueron en lugares públicos, no se encerró en el Templo para predicar lo que su Padre ponía en el corazón. Con este Jesús peregrino, hoy podemos darnos cuenta que las calles no sólo nos dirigen a las grandes plazas y centros comerciales, también las calles nos dirigen al encuentro con los vecinos, los amigos, los necesitados y los nuevos marginados. Jesús nos guía para encontrarnos con todos ellos, quita aquellos miedos que paralizan nuestro encuentro con los cercanos y lejanos, anima nuestro corazón para caminar por rumbos desconocidos y dejarnos sorprender por los "heridos del camino" (Lc 10, 29-37).
La manera de proceder de Jesús ante los hambrientos de su época, su cariño y ternura hacia los pobres y necesitados, su compasión ante los que caminan sin rumbo como ovejas sin pastor, su valentía para defender a la mujer… nos dan la pauta para conocer cómo Dios hoy sigue manifestándose en la calle.