Historia

Bienaventurados los que sufren
porque ellos serán consolados.
Y descendió de su trono de la montaña,
humilde, como el sol en el campo.
Todo el mundo tenía
el corazón en la mano.
Un egipcio escultórico y triste
le llamó a un griego hermano.
La túnica de Cristo estaba llena
de remiendos, y eran claras y fuertes sus manos.
Con nuestros corazones de piedra sangrante
le seguimos los dos mexicanos.
(Cambiábamos obsidiana y jades
y pluma de quetzal
por proféticos paisajes.)

Otros,
venían cerca de nosotros.
Un millonario yanqui se acercó y le dijo.
soy el rey del fonógrafo;
si grabásemos este hermoso discurso de usted en discos
compraría Ud. un yate para hacer su propaganda
sin perder tiempo.
Pero nosotros nos interpusimos;
y había en su mirada
una puesta de sol en el desierto.
Nuestras caras de bronce deslizaron

la vieja lágrima invisible.
Aludido diamante fue el silencio.
Le seguimos mirando cara a cara.
y Él lloró por nosotros, y nosotros
mudos como nuestras diosas trágicas,
una aurora gigante en el desierto
vimos en su mirada.
Nuestra América parecía
que entre sus árboles se suicidaba.
Y Él vio nuestra angustia, nuestro oscuro llanto;
nos vio serenamente cara a cara.
Sobre nuestros hombros colocó sus manos;
bienaventurados los que sufren, dijo,
porque ellos serán consolados.

Carlos Pellicer Cámara