“Dichosos los que trabajan por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9)
Las bienaventuranzas son una bendición y son un programa de acción. No que se nos ofrece es ser dichosos y ser llamados hijos de Dios. El camino es trabajar por la paz. Ésta tiene que ver, pues, con la dicha, con Dios mismo y con nuestra condición de hijos.
A este respecto el Papa Juan XXIII señalaba que “la paz no puede darse en la sociedad humana si primero no se da en el interior de cada hombre, es decir, si primero no guarda cada uno en sí mismo el orden que Dios ha establecido.” (Pacem in Terris 165).
Se necesita, pues acceder a la condición de hijo. Esto sucede cuando trabajamos por la paz venciéndonos a nosotros mismos y orientando nuestro ser y actuar de acuerdo con la voluntad de Dios.
Hace 46 años El Papa Juan recordaba los cuatros Pilares sobre los que se construye la Paz. Ellos son el fundamento del orden en nuestro mundo. Es un orden basado en la verdad, construido en la justicia, que se alimenta y se anima por la caridad y se lleva a cabo bajo los auspicios de la libertad.
Juan Pablo II reflexiona sobre estos cuatro pilares de la paz de Su Santidad Juan XXIII:
- La Verdad construirá la paz si cada persona sinceramente reconoce no sólo sus derechos, sino también sus propias obligaciones para con los demás
- La justicia construirá la paz si en la práctica todos respetamos los derechos de los demás y realmente cumplimos nuestras obligaciones hacia ellos.
- El Amor construirá la paz si la gente siente las necesidades de los otros como propias y compartan lo que tienen con otros.
- La Libertad construirá la paz y hará que ésta se desarrolle si, en la elección de los medios para ello, la gente actúa conforme a la razón y asume la responsabilidad de sus propias acciones.
La verdad nos hará libres, si somos honestos, si superamos la corrupción y la impunidad, estableciendo la justicia en todos los ámbitos, el económico, el cultural, religioso, social. Para alcanzar la paz “es muy necesario que en la sociedad contemporánea todos los cristianos sin excepción sean como centellas de luz, viveros de amor y levadura para toda la masa. Efecto que será tanto mayor cuanto más estrecha sea la unión de cada persona con Dios” (164).
“Se debes, sin embargo, tener en cuenta que la grandeza y la sublimidad de esta empresa son tales, que su realización no puede en modo alguno obtenerse por las solas fuerzas naturales del hombre, aunque esté movido por una buena y loable voluntad. Para que la sociedad humana constituya un reflejo lo más perfecto posible del reino de Dios, es de todo punto necesario el auxilio sobrenatural del cielo”. (168)
JAVIER GARIBAY, SJ.