Por navidad, regala algo más que algo.

Prepara tu regalo. Elígelo y envuélvelo y entrégalo con cariño. Que con él vaya también algo de ti.

Regala algo no comprado: un poema tuyo o de otro, un dibujo, algo no material.

Regala unas palabras personales que salgan de dentro, que sean elegidas. De la Biblia, de un autor conocido o desconocido, tuyas.

Regala algo significativo, que hable de ti y de quien se lo regalas. Regala tu presencia. Regala algo que no sirva para nada más que para eso: de regalo.

Regala tu tiempo a la gente a quien quieres y escúchala en silencio. Facilita que ella se comunique, hable y se exprese.

Regala tu silencio, regala tu palabra. Regala vida. Se dice pronto, pero eso no se compra. Sólo se contagia.

Regala una palabra de ánimo a alguien y dile lo bueno que tiene o ves en él. Regala sin pedir ni esperar nada a cambio. Así regala Dios.

Regálate algo a ti mismo. Quiérete un poco y regálate eso detrás de lo que andas desde hace tiempo: un libro, un viaje relajado, un día de descanso, un rato compartido con tu familia o amigos, una película. Regálate tiempo. Que la prisa y el alboroto no puedan contigo.

Regálate una visión más positiva de ti mismo, mira un poco hacia dentro y busca lo que tienes bueno. Déjalo salir o regálaselo a alguien, que será la mejor forma de regalártelo a ti mismo.

Déjate regalar. Recibe los regalos como un don y sé agradecido. No hace falta nada a cambio: una palabra, una sonrisa, un gesto, bastan.


No regales aquello que no quieres para ti: ni tabaco, ni alcohol, ni desánimo ni pesimismo.

No pretendas comprar a nadie con regalos. Y sobre todo: sé tú regalo, date a ti mismo. Que seas un regalo para quien se tropiece contigo. Sorprende a amigos y enemigos. Siempre. También en esta Navidad.